lunes, 2 de abril de 2007

EN EL 145

La vuelta a casa desde el laburo se puede volver muy aburrida si tomás el mismo colectivo, en la misma esquina, a la misma hora, todos los días.
Yo venía ocupando un asiento en la fila de a dos. Un poco cansado por el trabajo, otro porque no había dormido bien.
Las noches se estaban poniendo muy calurosas y me costaba descansar tranquilo.
Creo que me había dormitado cuando escuché la voz del anciano . Se había levantado y le preguntaba al chofer si la calle Maipú estaba cerca. Lo miré y me llamó la atención que no estaba agarrado de ningún lado. -En cualquier momento se pega un golpe,- pensé.
Cerré los ojos para intentar dormirme otro ratito. Faltaban como 15 minutos para llegar a casa.
La frenada me sobresaltó y el cabeceo que pegué terminó por despertarme.
El viejito salió disparado hacia adelante y golpeó la cabeza con la máquina de las monedas. Trastabilló dos o tres segundos hasta que cayó sentado.
No estaba mal, sólo aturdido.
Atrás mío escuche a dos pibas riéndose bajito y cuchicheando algo que no entendí.
Me dí vuelta como para decirles algo y ahí me di cuenta del motivo de sus risas.
Una dentadura postiza nos miraba, desafiante a que la levantaran, desde el medio del pasillo.