lunes, 19 de marzo de 2007

SIETE MENOS DIEZ (cuento)


Sentado en una de las mesas del coche comedor, intento acomodarme mejor, como quien se dispone a esperar un rato. El tren, presumo, es el que llaman Rayo de Sol, proveniente de Retiro, Rosario e intermedias (así lo anuncian los altoparlantes) , recién llegadito a Córdoba.
-Tomá! Es un helado, -me dice Simón mientras me alcanza una bolsita por la ventanilla- lo dejaron por la mitad.
Abro la tapita de telgopor y se corporiza una cucharita plástica en mi mano derecha mientras miro que el helado comenzó a derretirse. Parece de vainilla.
Una puerta del vagón se abre y aparecen sorpresiva, intempestuosamente, dos hombres y una mujer.
La puerta se golpea y es inevitable levantar la cabeza. Los miro con desconfianza. No me gustan.
Se detienen junto a mí y atino a meter la cámara de fotos entre mis piernas. Guardo los cien pesos que tenía sobre la mesa en el bolsillo derecho del pantalón.La cámara es prestada; bueno, en realidad es de mi mujer, pero he aprendido a cuidar sus cosas como si no formaran parte de la sociedad conyugal y a devolvérselas tal como me las presta.
La morocha, de unos treinta y pico, pelo a los hombros y no demasiado fea, se sienta sobre mi mesa dándome la espalda y simula ignorarme. Los hombres están parados alrededor de ella como si charlaran despreocupados. Nadie dice nada pero la tensión va en aumento y se nota.
Miro por la ventana y la estación, esa, que rebalsaba de pasajeros hace sólo unos minutos, aparece desolada, abandonada, árida, justo cuando más estoy necesitando de cualquiera que pase por acá.
Decido moverme y huir.
Son tres, y yo uno.

Los hombres se ven rudos y ásperos, y yo nunca me he peleado con nadie.

Ellos son ellos y yo soy yo. Puro instinto de supervivencia.
Decido moverme, pero nunca llego a hacerlo.
De un salto, el más jóven de los dos queda parado junto a mí. No he podido despegarme de la silla cuando me está presionando en la cara, al lado de la nariz, con un objeto acerado.
-Largá todo!!, -me grita, y siento como una mano, (no sabría decir de quién) me saca la cámara que habia intentado que pasara desapercibida a la vista.
Me traspasa una descarga eléctrica que me hace doler el rostro y estremecer todo el cuerpo.
Meto la mano en el bolsillo y tiro el billete sobre la mesa, mientras me avergüenzo por ese acto cobarde de entregar todo sin luchar.
-Largá todo, te dije, boludo!!, -me grita de nuevo, mientras me picanea la cara por segunda vez.
Pero ahora, tratando de esquivar la descarga, veo de reojo que lo que yo creía que era una picana parece una llave de auto, de esas que tienen el plástico negro y el botón para la alarma en un lado.
-¿Cómo que me picanea con una llave???, -alcanzo a pensar en medio del dolor.
El descontrol de la situación no me deja razonar con claridad.

Algo no encaja en la escena.

Causa y efecto no tienen relación.
-¡Una llave no puede dar corriente!!!, -les grito tan fuerte como puedo.



Me desperté a las siete menos diez, faltaba ese ratito para la hora de siempre.
El sobresalto debe haber sido importante porqué escuché a mi mujer que preguntaba qué estaba pasando desde su almohada.
-Nada, -mentí ocultando mi miedo que empezaba a disiparse- me voy a trabajar.
Llovía, y el cielo estaba muy oscuro, como si la noche todavía continuara. Miré el reloj para confirmar si era hora de levantarme.
Llovía, y como me pasa cada vez que llueve, recordé que todavía no había comprado un paraguas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, acabo de mudarme a Rosario y quiero conocer gente,,,asi q se me ocurrio meterme en los blogs copados de aca y ver qué onda.
Agregame al msn y hablamos.
Buenos tus escritos.
anita-dice@hotmail.com
besito